En pleno siglo XXI es complejo imaginar una vida sin las TIC's. Hemos interiorizado su existencia hasta tal punto que no sabríamos afrontar su pérdida. Es un proceso que no tiene retroceso, solo puede seguir evolucionando.
Imaginad levantarse con un despertador de los de antaño, y no la alarma del móvil. Imaginad quedar con una persona sin poder recurrir a Whatsapp para saber cómo va, qué le queda etc. Imaginad cómo realizaríamos los trabajos de la universidad sin nuestra mayor fuente de recursos: Internet.
Simplemente ya no se puede. La existencia de la Tecnología provoca dos sentimientos totalmente enfrentados: amor u odio. La sociedad tiende a caer en el ciberoptimismo (pensar que las nuevas tecnologías pueden solucionar cualquier problema y que, por tanto, no tiene aspectos negativos) o en el cibercatastrofismo (pensar que solo pueden acarrear problemas a la sociedad: vicio, dependencia, aislamiento...)
Las nuevas tecnologías pueden causar miedo, pero no podemos evitar la dependencia. Dicha dependencia nace cada vez más arraigada en las generaciones sucesoras. La brecha digital ya no plantea problemas por no tener, sino por no comprender. La vigilancia cada vez es más efectiva en las redes sociales, compras online etc.
Ahora bien ¿y si todas esas evoluciones se aplican en el ser humano? La longevidad de un animal puede aumentarse gracias a mutaciones, en la biotecnología se puede editar la evolución de los genes. Todos estos cambios tienen una corta vida, es por ello que el científico José Luis Cordeiro afirma: "Se ha avanzado muchísimo, pero no es nada comparado con lo que vamos a ver en adelante. En los próximos 20 años experimentaremos más cambios que en los últimos dos milenios."
Personalmente, la idea me maravilla y me aterra por igual de forma simultánea. La inteligencia artificial es un campo que todavía está por explotar, desconocemos las sorpresas que puedan darnos las nuevas tecnologías. Solo tendremos que esperar 20 años para saberlo.
Sandra Mª Vergara Valbuena
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